Por Idili Lizcano
Al margen de las experiencias personales que impregnan nuestro insconsciente, hay un fondo común de reacciones y representaciones innatas del mundo, que la tradición cultural llama inconsciente colectivo. Este dispositivo de la conciencia regula un fondo común de modelos de conducta igualmente repartidos entre todos los individuos. A sus contenidos los llamamos arquetipos y la mitología es el terreno en que nuestra consciencia puede acceder a la red de significados que ellos establecen con nuestra experiencia. Por eso, para captar la interioridad psicológica de la mujer desde una perspectiva en que la lógica cede la palabra a la sabiduría, hay que internarse en el mundo de la mitología. Los acontecimientos biológicos determinantes para la gran mayoría de las mujeres son, por un lado, vividos como experiencias únicas a nivel individual y, por el otro, se integran en una gran red de valores y significados en el inconsciente colectivo de la especie. En las sociedades antiguas los arquetipos eran instrumentos pedagógicos, con los que se enseñaba a hombre y mujeres a descifrar el sentido de sus experiencias y a aceptar y respetar sus obligaciones con la comunidad y a dialogar con la divinidad. A partir de esta comprensión íntima de los arquetipos, las personas construían sus propias identidades individuales. La noción de destino era la forma predominante que moldeaba la conciencia individual en aquella edad mitológica, como mil años después lo sería la de libre albedrío.
Uno de los arquetipos más frecuentes era el de la Gran Diosa, en la que se reconocía la fuerza femenina universal, y que se metamorfoseaba en tres diosas que simbolizaban el ciclo vital femenino. En las antiguas sociedades matriarcales, en la Diosa encarnaban las potencias primordiales de la vida, la muerte y la transformación. Con los griegos y sus rigurosas construcciones filosóficas y religiosas, que significaron una superación de las civilizaciones precedentes, los arquetipos femeninos se vuelven más diferenciados y si hoy todavía nos resultan familiares es porque no han perdido su eficacia para hacernos pensar e interpretar la realidad. La mitología de la Diosa nos habla de las sucesivas experiencias por las que una mujer atraviesa a lo largo de su vida, y las cuatro fases de su evolución, desde la mujer joven, a la mujer fértil, la mujer en su plenitud y la mujer sabia o anciana. En este sentido, estas cuatro fase del ciclo a lo largo del mes se reproducen también a lo largo de la vida y encarnan en los arquetipios mitológicos que examinaremos aquí: Atenea es la juventud, Hera la maternidad, Venus la mujer en su plenitud y Hécate, la mujer sabia y experimentada.
El misterio de la sexualidad femenina, la génesis del parto, la asociación del ciclo femenino con las fases de la luna, su relación profunda con la tierra como vientre, con la muerte de la semilla para que nazcan los frutos, son los motivos esenciales de la mitología de la Diosa Madre.