Toda persona desde su nacimiento tiene que enfrentarse a una serie de aspectos de la realidad que no reconoce o no quiere reconocer y que por tanto rechaza. Todo lo que la persona rechaza va acumulándose en el inconsciente y reaparece en las relaciones de la vida cotidiana en forma de respuestas automáticas que la persona no controla. A veces, por causas externas como una situación embarazosa, o internas como puede ser un recuerdo desagradable, se ponen en marcha de manera espontánea e inconsciente los llamados mecanismos de defensa: las estrategias que la persona desarrolla para protegerse frente a la ansiedad. Estas estrategias de nuestra mente se encuentran en la frontera entre el consciente y el inconsciente con el fin de salvar en lo posible nuestra autoimagen, protegiéndola contra cualquier información que provenga del inconsciente y que sea identificada por el consciente como un peligro. De esta manera los temores, odios, culpa, amargura y demás sentimientos negativos que nos dan a conocer que no somos tan valientes, ni tan honestos, ni tan brillantes, ni tan justos, ni tan desinteresados como nos gustaría vernos, son los mensajes que nos causan la angustia, la tensión y el malestar que intentamos evitar con la ayuda de estos mecanismos para neutralizar su impacto. El inconveniente de estos recursos psicológicos instintivos es el hacer crónicas las zonas oscuras que todos tenemos en nuestro inconsciente. Esto ocurre y se refuerza cada vez que evitamos sufrir la aceptación de uno de nuestros aspectos negativos. El proceso de liberación de este lastre de emociones y concepciones negativas comienza cuando tomamos conciencia de nuestra dinámica mental; los diferentes comportamientos y recursos que utilizamos para mantener la estabilidad interior o la liberación de las tensiones.
David Solá